domingo, 25 de julio de 2010

Están asesinando a Cali

La alcaldía de Cali determinó lanzar la alerta naranja por el elevado y preocupante índice de homicidios en la capital del Valle del Cauca que registra un incremento en el número de asesinatos en lo corrido del año frente a igual periodo de 2009.

La violencia es un tema que va mucho más allá de los colores de las alertas que se emitan o decreten y tiene que ver con un fenómeno social estructural que si bien tiene aspectos coyunturales, su origen es de fondo y no de forma.

Todo lo que se haga para acabarlo es bienvenido. Lo que no se puede aceptar es que siempre lleguemos a lo mismo y que cuando comienza el descenso en las cifras haya celebración a manera de triunfo. El ideal es cero muertes violentas.

Consejos extraordinarios de seguridad, condenas públicas en micrófonos cada que ocurre un crimen, que se haga justicia, llamados a los violentos, aumento del pie de fuerza, presupuesto para actuar. No es suficiente. Hay que ir más allá.

Todas esas medidas son necesarias. Lo que ocurre es que, solas, serán insuficientes para evitar que en Colombia haya más de treinta mil homicidios al año en promedio. O que en Cali se rompa la curva hacia arriba para llegar a cero.

Venganzas personales con armas de fuego son, según las autoridades, dos de las causas de los casi mil asesinatos en el primer semestre del año en Cali. Odio, rencor, justicia personal a mano armada, exceso en el consumo de licor.

Es necesario comenzar por el principio. La recuperación de los valores desde la familia, el respeto por los demás, la resolución pacífica de conflictos y no acudir a la más rápida pero funesta: el crimen. Es fácil decirlo. Difícil, muy difícil lograrlo.

Este no es un problema exclusivo de Cali. Lo viven todas las grandes ciudades, no solo en Colombia. Pero también hay que tomar medidas. Evitar el desplazamiento forzado es una de ellas. Invertir en el campo para que haya seguridad y trabajo.

De lo contrario los cinturones de miseria seguirán en aumento. Ejércitos de compatriotas que llegan huyendo, con el dolor de la pérdida de sus seres queridos, sus gallinas, sus vacas y predios, sin presente y sin futuro en la urbe.

Adicionalmente es necesario fortalecer la acción de la justicia para que esta actúe con severidad y no que ante la falta de condenas drásticas, el actor primario de la violencia se sienta “autorizado y protegido” para actuar por la impunidad.

Entregarles dientes, herramientas a las autoridades para que puedan contrarrestar la inseguridad. El ejército, la policía y los organismos de seguridad tienen que tener los mecanismos adecuados para perseguir a quienes infringen la Ley.

Cerrarle el paso al narcotráfico que está vivo. Es más, va en aumento. El poder del dinero fácil no tiene fronteras. Lo vivimos en Colombia. E infortunadamente lo vive nuestro hermano país de México. Caldo de cultivo para las bandas criminales.

Es complejo. No existe solución única. Es un monstruo de mil cabezas. Tampoco es un problema que le compete solamente al alcalde de turno o al comandante de la policía. También es suyo. De todos. Se requiere carácter y decisión.

Este es quizá el más apremiante y complejo dilema social de Cali. Que asesinen la ciudad con armas de fuego en su mayoría (80%) por venganzas personales. Todos perdemos. Nadie gana. Ni el que dispara u ordena apretar el gatillo.

Tampoco es un asunto de barrios o estratos. Es de sociedad. Y si bien son las autoridades las llamadas a tomar medidas de gobierno y actuar operativamente, lo cierto es que la ciudad la hacemos todos quienes en ella habitamos.

No era prudente aumentar la hora zanahoria. Tampoco está bien que el mismo Estado propicie que las armas proliferen -me refiero a las adquiridas legalmente- pues las de contrabando son eso: ilegales. Pero hay que combatirlas y evitarlas.

Lo que ocurre es que no podemos darle la espalda a un tema tan sensible como este, simplemente porque a muchos no les haya tocado a la puerta. La muerte, en la mayoría de los casos en Colombia, llega sin llamar. No avisa.

El ideal en una sociedad medianamente humana es cero muertes violentas. Pero las cifras que hoy registran muchas ciudades, entre ellas la Cali que amamos, son un reflejo salvaje. Repudiable. Y es asunto de todos.

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