miércoles, 26 de septiembre de 2007

Lecciones de otro horrendo crimen

El valor, la tenacidad, constancia, perseverancia y el estoicismo de los familiares de los once ex diputados del Valle del Cauca, masacrados por las Farc luego de someterlos a un criminal cautiverio de más de cinco años. Un solo instante de secuestro es demasiado para cualquier ser humano. Un delito execrable, de lesa humanidad. Ahora, a seguir luchando por la liberación de los demás cautivos y la devolución de todos aquellos muertos en poder de sus captores. Sin exigencia alguna. Quedó claro que para liberarlos, devolverlos o negociar un Acuerdo Humanitario, no es necesario despejar un ápice del territorio nacional. Es cuestión de voluntad política. Y para aquellos que reclaman de la guerrilla flexibilización en su accionar, el mensaje no puede ser más contundente. No le importa el dolor de los colombianos. No siente la Patria, por eso su objetivo hace años dejó de ser ideológico. Ahora solo priman sus intereses económicos y propagandísticos, a los cuales hacen eco algunos medios de comunicación. Si quisieran, saben donde, como y con quien reunirse a dialogar. Conocen perfectamente los caminos que conducen a La Habana y Caracas que se ofrecieron como sedes para un encuentro que facilite el camino en la búsqueda de la paz. Pero nada diferente a lo que los guerrilleros exigen para su propio interés y beneficio, les sirve ni lo aceptan.

Momento oportuno además para rodear al Estado que representan el ejército y la policía que en medio de las dificultades – tanto internas como externas-, son quienes ponen el pecho en condiciones adversas para luchar y combatir el crimen. Y es que si bien algunos se tuercen, la mayoría son hombres y mujeres buenos, que trabajan con entrega y respeto por sus uniformes, símbolos de una Nación que lucha por la equidad social y la conciliación. Y más que un guiño, un mensaje claro para quienes aspiren a suceder al presidente Álvaro Uribe Vélez, en el sentido de lo que les espera con las Farc.

Regresando a aquella fatídica mañana en el edificio San Luís, sede de la asamblea del Valle del Cauca, en el corazón de Cali, en una operación armada del bloque Occidental, un llamado de atención para quienes potencialmente sean blanco de la guerrilla, el narcotráfico y la delincuencia, así como para el gobierno y las autoridades, para evitar que se repita una acción de este tipo. Ya había ocurrido con los secuestros masivos de La María y el Kilómetro 18 en la vía al mar. No es fácil prevenir el terrorismo, pues siempre ataca a mansalva. Ahora bien, sabemos que el país es uno y que no debe haber preferencias. Pero el Valle del Cauca requiere hoy más que antes, un tratamiento especial pues no soporta más que el crimen trate de echar raíces en un departamento que amamos y por el que la inmensa mayoría trabajamos arduamente y con honestidad. Es hora de unir esfuerzos en favor de una misma causa. La más inmediata y democrática, es el próximo 28 de octubre cuando deberemos acudir masivamente a las urnas y derrotar a los violentos sin un solo disparo. Con el voto. Eligiendo, en conciencia, a los mejores gobernantes.

Tiempo de reflexión también para nosotros los periodistas y los medios de comunicación en el cubrimiento del conflicto armado. Editorialmente lo habían hecho el diario El Tiempo y El País de Cali, por los excesos cometidos. Hubo desde noticias irresponsables como aquella según la cual por Caloto una noche cruzó un camión con un olor nauseabundo que indicaba que ya los cadáveres de los ex diputados estaban en el lugar, hasta otra en la que un periodista, después de “describir” los supuestos momentos dramáticos y de horror que se vivían en el Cauca, al preguntarle a su entrevistada, la mujer negó que tuviesen miedo y que por el contrario, en el lugar no pasaba nada diferente a la presencia de los periodistas. Existe un postulado elemental en el periodismo. Es que debemos consultar, siempre, más de una fuente. En ese caso la fuente oficial, era el Comité Internacional de la Cruz Roja. No el gobierno, que una vez anunció que los cadáveres serían trasladados a Caloto, los periodistas corrieron sumisos y obedientes hasta el lugar. Muchos de ellos, seguramente, “cumpliendo órdenes de Bogotá”. Llenaron cuartillas de historietas. Horas de informes que solo estaban en su imaginación. Avances y extras a toda hora en televisión que no eran ni lo uno ni lo otro. Pero había que hacerlo. El detestable periodismo de reacción. Entretanto, los cuerpos de los ex asambleístas, ajenos a todo aquello, yacían sepultados cientos de kilómetros más al sur, en Nariño. Otra cosa fue la parafernalia que montaron en la casa de una de las esposas de las víctimas, Fabiola Perdomo. Para los comunicadores, una verdadera fiesta informativa. Un festín en el que el plato favorito era la chiva. La maldita chiva que tanto daño hace. Por supuesto, los familiares también debieron reclamar prudencia y poner límites. Si no lo hicieron, lo aceptaron. Es tiempo de unirnos contra el secuestro por una Colombia en libertad. Nuevamente quedó claro: los únicos responsables de la suerte de los secuestrados, son quienes los secuestran.